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Todos esos Albert Camus

publicado en EL ESPECTADOR

El extranjero

Algunas biografías hablan todavía de Albert Camus como un escritor argelino, lo que es tan inexacto como decir que era francés. En el momento de su nacimiento, Argelia no era considerada una “colonia”, como los demás territorios en Asia y África, sino una región administrativa francesa como cualquier otra en el interior del país. La distinción, sin embargo, sí existía, incluso a novel legal, entre los “indígenas” y los “colonos” que gozaban de privilegios de todo tipo. Hijo de un colono de segunda generación y de una madre analfabeta y sordomuda, Camus nació cuando las ideas independentistas comenzaban a ganar fuerza en los medios intelectuales tanto franceses como argelinos. Como pied-noir, es decir, colono, pertenecía a un grupo social que los árabes veían como opresor y los franceses como un ciudadano de segunda clase. Ese no ser “ni de aquí ni de allá” lo acompañaría toda la vida. Camus no vivió lo suficiente como para ver la Independencia de Argelia, pero sí los años de una guerra en la que tanto los rebeldes como los grupos paramilitares colonialistas utilizaban el terrorismo para luchar contra un ejército regular francés que había hecho de la tortura una práctica rutinaria. En ese contexto, soñaba, y más que eso, veía posible, una igualdad legal y real entre colonos y nativos. Esa posición, impopular por moderada, le hizo difícil tanto su vida en Francia como sus posteriores visitas a su tierra natal, que dejó a los 18 años y que aún contemplaba en la imaginación desde la casa en Lourmarin, al sur de Francia, donde pasó los últimos años de su corta vida. “Más allá de la montaña está el mar, más allá está mi Argelia”, sería una frase que, en diferentes variaciones, recuerdan quienes lo visitaron en su hogar.

El padre

“Los muebles eran rústicos, uno se cansaba de estar sentado”, así recordaba la casa de Lourmarin hace unas semanas Catherine Camus a la salida de una conferencia sobre su padre. Abogada de profesión, Catherine renunció a su carrera tras la muerte de su madre, cuando ella y su hermano gemelo, Jean, se convirtieron en los albaceas de los escritos del autor de Los justos. Su labor desde entonces ha sido administrar el legado, “pero yo no me veo como una guardiana celosa”, dice con una voz de niña a pesar de sus casi 70 años. “Casi a todos los proyectos digo que sí, excepto si me los proponen personas que quieren desviar las ideas de mi padre”.

Catherine fue también la responsable de la transcripción, edición y publicación de El primer hombre, el manuscrito corregido a mano que Camus llevaba envuelto en una toalla el 4 de enero de 1960 cuando el Facel Vega en el que viajaba de Lourmarin a París se estrelló contra dos árboles al borde de la carretera nacional N5.

En el auto viajaba el sobrino del editor de Camus, Michel Gallimard, junto con su esposa Janine, su hija Anne y su perro, Floc. Las mujeres saldrían ilesas, del perro nunca se supo y el accidente también le costaría la vida a Michel. Su primo, Robert Gallimard, se convertiría tiempo después en el compañero de Catherine.

Catherine y Julien tenían entonces 14 años, un día antes del accidente toda la familia había salido en grupo de la casa de Lourmarin, hoy en la calle Albert Camus. Esa propiedad fue el único lujo que el escritor se permitió con el dinero recibido como parte del Premio Nobel de Literatura, a los 44 años de edad y cuando apenas le quedaban dos de vida.

 

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El amigo y el alumno

Camus no sólo había comprado la casa de Lourmarin por recomendación de su amigo René Char, sino para estar cerca de su amigo René Char. Extranjero tanto en Argelia como en la Francia que lo veía como un recién llegado y conociendo el valor de la lealtad durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Camus mantuvo varias amistades durante toda su vida. Algunos amigos viven aún y lo recuerdan con cariño. “Nos dejó muy joven y, sin embargo, encuentro en sus palabras las verdades que necesito ahora, en el otoño de mi vida”, dice Jean Daniel, fundador de la revista Le Nouvel Observateur para la que escribió Camus. “Nunca negaba un favor, era su lado solidario que tienen los pieds-noirs. No lo vería tanto como un filósofo, sino como un moralista, un hombre”, dice Roger Grenier. Testimonio del cariño de Camus por sus amigos son las largas correspondencias que sostuvo con varios de ellos y que Catherine siempre ha exigido que se publiquen “con las cartas de ida y vuelta, y no sólo las de mi padre”.

Sin duda la más conocida de las correspondencias publicadas es la que el autor sostuvo con Jean Grenier, con quien intercambió cartas durante tres décadas hasta la víspera de su accidente. Se habían vuelto amigos en 1930 cuando Grenier, su profesor de filosofía en el Liceo de Alger, fue a visitarlo a la casa familiar. Extrañado por las ausencias recurrentes de uno de sus alumnos más destacados, Grenier se enteraría de que Camus acababa de ser diagnosticado con tuberculosis. Apenas tenía 16 años. Antes de Grenier, Camus tuvo como profesor a Louis Germain, que dictaba francés en la escuela comunal de Alger, quien lo inició en la literatura y a quien mencionó emotivamente en su discurso de aceptación del Premio Nobel.

El homenajeado imposible

A diferencia de su contradictor infatigable, Jean Paul Sartre, Camus aceptó el Premio Nobel de Literatura. Fue una excepción de grandeza en la vida de un hombre al que si bien “el reconocimiento no le era indiferente”, según Catherine, los homenajes solemnes lo tenían sin cuidado.

Tras su muerte, Camus fue enterrado en el cementerio de Lourmarin. El cortejo fue numeroso, pero sobrio. Un grupo de hombres del pueblo cargaron el ataúd y lo depositaron en una tumba sobre la que se destacaba una corona con una cinta del Teatro Nacional Popular, con el que Camus colaboró en diversas ocasiones.

La modestia de los funerales salió a relucir una y otra vez cuando, en conmemoración del cincuentavo aniversario de la muerte de escritor, el entonces presidente Nicolás Sarkozy propuso el traslado de sus restos al Panteón de París. Tanto la obra de Camus como su compromiso social le valdrían compartir el “templo laico” con personajes como Victor Hugo, Émile Zola y Jean Moulin, pero el nombre del proponente fue visto casi como una ofensa, Sarkozy era la antítesis misma de un hombre que defendió a los trabajadores, los inmigrantes y, en últimas, los valores humanistas. El escándalo llevó incluso a un pronunciamiento de Jean Camus, usualmente discreto, en el sentido que su padre amaba Lourmarin y con seguridad preferiría que lo dejaran allí, descansando en paz.

El centenario de su nacimiento revivió la polémica: no dejaría de ser incoherente ofrecer un gran homenaje de Estado a quien toda su vida fue un rebelde, así que la idea de una gran conmemoración en Marsella, el puente hacia su Argelia querida, parecía una buena alternativa. Además la ciudad porteña es la capital europea de la cultura de 2013. Aunque el proyecto se vino abajo por desacuerdos entre los organizadores, en particular respecto al peso que tendría el lado político en las manifestaciones culturales, esto no impidió la explosión de centenares de homenajes espontáneos en todo el territorio francés. Bibliotecas, radios, colegios y sitios de internet han logrado que se viva un “año Camus”, aunque éste no haya sido oficialmente declarado.

El luchador

Si una y otra vez se ha simplificado su filosofía diciendo que la rebelión es la única alternativa al absurdo de la existencia, es quizá porque —y no sólo por el nombre del diario clandestino que lideró junto a Robert Pia— Camus fue un hombre de combate. O de combates. Durante la ocupación alemana, mientras Sartre se quedaba en París, Camus se unió a la resistencia clandestina en el sur. Los años de la posguerra lo llevarían a defender tanto a los intelectuales independentistas argelinos, como a los descendientes de colonos que debieron abandonar el país durante la época de la guerra. Consciente del peso que tenía cada uno de sus reportajes y columnas de opinión, Camus, siempre más fiel a los seres humanos que a las ideologías, condenó los métodos terroristas del Frente de Nacional de Liberación en Argelia y a pesar de haber pertenecido a los partidos comunistas francés y argelino, alzó la voz contra las purgas soviéticas y los gulags de Stalin. Muchos de sus compañeros de la izquierda radical no le perdonaron esa posición, al punto de que durante los años 50 fue una voz influyente pero aislada. Y sobre todo independiente: radical contra la pena de muerte, Camus pidió el indulto contra el escritor Robert Brasillach, a pesar de que éste hubiera colaborado con los nazis, renunció a su colaboración con la Unesco para protestar contra la admisión de la España franquista y fue el único intelectual occidental que se atrevió a denunciar desde el primer momento la barbarie del ataque americano a Hiroshima.

El amante, el solitario

Catherine Camus cuenta una anécdota de sus nueve años de edad: “¿Te sientes triste?”, había preguntado a su padre. “No, me siento solo”, le había contestado el autor. Ese ser solitario estuvo, sin embargo, rodeado no sólo de sus amigos sino de acompañantes femeninas con las que tuvo relaciones también de décadas de duración. La revista L’express ofrecía hace unos años una lista no exhaustiva que incluía por supuesto a Francine Faure, la madre de sus hijos y a Mi, una modelo que se instaló cerca de su casa en Lourmarin. Al momento de morir, Camus era además amante desde hacía años de las actrices María Casarès y Catherine Sellers. La revista cita otra decena de nombres. Entre novias de juventud, asistentes y estudiantes encontradas durante sus visitas a Estados Unidos. Si la correspondencia con sus amigos es una parte importante de la obra pública de Camus, sus cartas de amor nunca han tenido la autorización de sus herederos para ser publicadas.

El futbolista

“Lo que más sé, a la larga, sobre la moral y los deberes de los hombres se lo debo al fútbol”, dice una cita de Camus, suficientemente bien documentada, pero no se contentaba con la admiración contemplativa. De joven, en Argelia, incluso había llegado a jugar en el deportivo Montpensier y en el Racing Universitario. Su posición era portero y hubiera podido seguir vinculado al deporte de no ser por la tuberculosis prematura que se agravó cuando se trasladó a Francia. Desde entonces lo practicó como aficionado y, hacia el final de su vida, asistía al pequeño estadio de Lourmarin para apoyar al equipo de fútbol juvenil de la localidad. Ya por ese entonces debía escribir parado: por culpa de su enfermedad, más de media hora sentado en su escritorio le resultaba insoportable.

El actual

Nicolás Sarkozy y Georges Bush afirmaron que tenían a Albert Camus, el gran insumiso, entre sus autores de cabecera. Es en todo caso este tipo de declaraciones las que permiten afirmar que Camus, aun por encima de Sartre, puede ser el filósofo francés más vigente de las décadas intermedias del siglo XX. Si bien en la época de la Guerra Fría, que exigía posiciones sin intermedios, sus postulados fueron cuestionados, la complejidad de un mundo en el que no hay “buenos” y “malos” en términos de ideologías, parece haberle dado la razón. Más aún, autores como Michel Onfray lo sitúan en la base de los nuevos anarquismos. “Claro, él hablaba de la revuelta como única posibilidad, pero no una revuelta sin propósito, sino una rebelión en favor del otro, del débil, del que está en una posición inferior”, dice el rapero Abd al Malik, quien el año pasado grabó a ritmo de hip-hop, pero acompañado de la Filarmónica de la Región Parisina, el prólogo de El revés y el derecho, el primer libro de Camus.

Los rockeros saben bien que El extranjero inspiró Killing an Arab, pero no es tanto el hecho de que la canción no haya pasado de moda en 40 años como el de que en un mundo amenazado por todos los extremismos. The Cure, cante ahora Kissing an Arab, lo que marca la vigencia de la revuelta humanista de Camus y más aún, que en nuestros días, esa revuelta pareciera indispensable.

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