Playa, sol y prejuicios racistas: la prohibición del “burkini” en las playas francesas tenía todos los ingredientes para convertirse en la comedia del verano. El clima de tensión en Europa y la tradición nacionalista corsa, sin embargo, la acercan a la tragedia.
La palabra burkini no aparecía en el decreto del alcalde de Cannes, David Lisnard, tampoco la palabra musulmanas, pero con “un vestido playero que manifiesta de manera ostentosa una pertenencia religiosa” se entiende que la población a la que apuntaba el burgomaestre no eran las monjas en peregrinaje a una ciudad que si no fuera por su Festival de Cine no se diferenciaría en mucho de otros balnearios de la Costa Azul. Los fotorreporteros se lanzaron entonces a las costas para encontrar, junto a las bañistas en topless cuya presencia escandaliza aún a las clases más conservadoras, las mujeres musulmanas cubiertas de pies a cabeza a las que “para evitar problemas de orden público” Lisnard quería prohibir disfrutar del sol veraniego. No las encontraron. Ni una sola. Por eso la foto de una anónima en una playa no identificada terminó siendo reciclada una y otra vez en los principales diarios y portales de Francia.
Eso era lo que había a la mano para ilustrar los artículos sobre la decisión del alcalde, que ya había protagonizado una polémica al nombrar entre los asesores de seguridad del Festival a Nitzan Nuriel, un general reservista del ejército israelí acusado de crímenes de guerra.
La dificultad para encontrar mujeres en burkini mostraba bien cómo Lisnard se había lanzado esta vez contra un fenómeno sino inexistente al menos marginal, pero los elogios que despertaba entre el electorado del Frente Nacional (que la derecha tradicional y la derecha socialista sueñan con conquistar antes de las elecciones presidenciales del 2017) y una inesperada declaración de “comprensión” del Primer Ministro Manuel Valls llevaron a que siete ciudades costeras siguieran el ejemplo de la capital francesa del cine.
Una de ellas fue Sisco, en Córcega, donde el fin de semana pasado una riña entre lugareños y familias de origen marroquí residentes en Bastia (la segunda ciudad más poblada de la isla) dejó cinco heridos de gravedad y cinco detenidos de los dos bandos acusados de “violencias en reunión”.
El alcalde socialista Ange-PierreVivoni justificó su decisión argumentando que el origen de la disputa habría sido la presencia en las playas de la ciudad de varias mujeres en burkini. Seis días después de la pelea, los testimonios de varios turistas señalaron que el famoso burkini nunca existió, tampoco los harpones con los que los locales afirmaron haber sido atacados por “los árabes”; en cambio, fueron bien reales el intercambio de piedras y botellas y los insultos entre los “magrebís” de Bastia y los “verdaderos corsos” de Sisco. Vía telefónica, el portavoz de la fiscalía departamental minimiza los hechos: “No es la primera vez que hay una pelea entre turistas y gente de un pueblo”.
Es, sin embargo, la primera vez que es necesario movilizar cien gendarmes para impedir una “expedición de venganza” de los lugareños hacia Lupino, el barrio donde se rumoraba equivocadamente que vivían las familias de origen magrebí, y que de no haber sido por la intervención de las fuerzas policiales habría terminado en linchamiento.
Córcega: ¿Un crisol de tensiones?
Dos semanas antes del incidente, el FLNC (Frente Nacionalista por la Liberación de Córcega), un grupo armado responsable de centenares de atentados con bombas desde finales de los sesenta, lanzaba una amenaza clara: si ocurría un ataque islamista en el territorio corso, sus combatientes lanzarían represalias “sin contemplaciones” contra los salafistas de la región, que aseguraban “tener bien identificados”.
El anuncio fue recibido con entusiasmo por los dirigentes de extrema derecha y las páginas nacionalistas francesas de internet , que suelen evocar el “ejemplo corso” para referirse a las iniciativas hostiles que ciertos habitantes de la isla han lanzado contra la presencia de extranjeros, en particular marroquíes. Según un reporte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, publicado el 11 de enero de este año, la región insular sería aquella con “el mayor número porcentual de actos islamófobicos” con uno cometido por cada 18.000 habitantes.
El informe señala que además del número de acciones, ciertas de ellas han alcanzado un nivel de violencia inédito en Francia: en los últimos dos años tuvieron lugar en Córcega el saqueo de un centro religioso, el ataque con metralleta a una carnicería hallal y la quema de ejemplares del Corán. Los eslogans de “Arabi Fora” (“Fuera los árabes”) y “Terra corsa a i Corsi!” (“La tierra corsa es para los corsos”) que volvieron a ser escuchados en las diversas manifestaciones que han tenido lugar tras la riña del sábado aparecen con frecuencia en los muros de las ciudades y carreteras de la región.
Para la socióloga Marie Peretti-Ndiaye, profesora de la Universidad de París-Nanterre, quien ha estudiado desde 2003 las tensiones entre comunidades en la isla, es sin embargo impreciso hablar de un “racismo corso”. “Como en el resto del país, hay ciclos de brotes racistas exacerbados por factores como la crisis económica. En Córcega se culpa al recién llegado, se dice que roba el trabajo, o, al contrario, que no le gusta trabajar, pero eso no tiene nada de específico a la región”.
que paradoja, usted promueve los antivalores homosexuales y sadomasoquistas en algunos de sus escritos y en otros ensalsa las ropas mahometanas y la submisión de la mujer.