La primera vez que lo vi pensé en mi madre. No porque el diplomático se le pareciera, sino porque era el tipo de tipo que podría gustarle. Alrededor de la sesentena. Cabello canoso. Un actor de la época dorada de Hollywood, aunque no en blanco y negro y sobre todo no en negro. Un galán a todo color que había vivido en Namibia, Nigeria y Pakistán o al menos eso recuerdo que dijo cuando se presentó en el primer día del curso de rumano. Sólo le había faltado visitar América Latina. “Voy a decirle a mi madre” pensé. Ella dirá “Que venga. Puedo ser su guía”.
“Además de alemán hablo italiano, francés, inglés y algo de árabe. Me gusta aprender la lengua y la cultura del país donde vivo” El número de cosmopolitas austriacos en el curso se elevaba a dos, si contamos a su hijo. Veinte años. Demasiado joven para mi hermana.
El tercer día tuvimos que hablar de nuestras vacaciones. Junto a las instrucciones para encontrar la estación de trenes, las vacaciones son un clásico de los cursos de idiomas. El diplomático había estado en India. Se había quedado en una de esas mansiones coloniales y estaba impresionado por la arquitectura en general.
„¿Y qué no te gustó?”[1] preguntó la profesora. La negación es un componente fundamental de la gramática y en cuestión de vacaciones sólo puede usarse cuando se pregunta directamente lo que no gustó.
“La gente” dijo “los indios son cochinos”.
Sospecho que hice la misma cara que el día anterior cuando el diplomático había lanzado una tirada contra los gitanos. No es que en Rumania, como en Francia, Hungría, Italia o España, la gente se contenga a la hora de hablar de los rom. Si usted vive en este principio de siglo XXI en la gloriosa unificada, ya habrá escuchado que son vagos, que buscan comida en la basura sin tener la decencia de volverla a arreglar, que se oponen a que sus hijos vayan a la escuela y que los envían, gracias a redes mafiosas, a desvalijar los inocentes pasajeros de los metros de las capitales occidentales y con las ganancias construyen palacios de cincuenta habitaciones y media docena de autos de lujo.
“No hay manera de que trabajen” concluyó.
“¿Usted le ha ofrecido trabajo a un gitano?” pregunté. Contesto con una sonrisa perfecta y enorme. A medio camino entre Humphrey Bogart y Pepe Cortisona.
La noche siguiente fuimos a ,,Music” un nombre de bar que debe existir en cada ciudad del mundo y que también existe en Sibiu. El diplomático y su hijo vestían corbatines y pantalones claros. El resto de la gente se dividía entre oficinistas en ropa de trabajo o metaleros asumidos de cuero y tatuajes. La música sonaba duro. No se podía hablar, pero me sorprendí mirándome con el diplómático de un lado al otro de la mesa. Los dos estábamos cantando, con el dúo, “Who’ll stop the rain” de Creedence Clearwater Revival.
El diplomático se cambió al asiento junto al mío.
“¿Sabes que este trago que estoy tomando es mentira?. Cuba no es libre”.

(ilustración MARIA CAMILA ROJAS)
Yo seguí tratando de llamar la atención de una metalera en el otro lado de la mesa. Trabajaba en la librería Humanitas. Un tatuaje le comenzaba en la cintura.
“También conozco una canción en español” dijo el diplomático. Temí que se tratara de “La Camisa Negra”. La canción en español que con el tiempo ha desplazado a “Bésame, Bésame mucho” en el repertorio de los que sólo se saben una canción.
El diplomático comenzó a cantar. Peor que la camisa negra, era una canción de esos que usaban camisas negras en la España de los años treinta.
“¿No te sabes ninguna canción franquista?”
Lo más cercano es “A las barricadas” en la versión interpretada por Fausto Cabrera en La Estrategia del Caracol.
En Rumania no hay Ley Zanahoria (yo había tomado cuatro litros de Timișoreana y decia ,,la noi exista Lege Morcova”. Si Music cierra, hay veinte bares más abiertos en el centro de Sibiu. Fuímos a Oldies. Tocaba un grupo de rock. Amigos de la profesora. Todos los grupos de rock de la ciudad estaban formados por amigos de la profesora. El diplomático nos pagó (a la profesora, a su hijo y a mí; el resto de personas habían desaparecido) tres rondas de shots de tequila.
“Entiéndame” dije apoyándome en la barra “Yo soy un colombiano con apellido árabe. La mitad de las personas piensan que soy narco y la otra mitad que soy terrorista”. Alguna vez en París, cuando me vi con un anciano para devolverle la billetera que me había encontrado en un teatro me dijo que usara el apellido de mi mamá para que no pensaran que yo era un ‘sucio argelino’”
“Eso deberías hacer” dijo “¿Otra ronda?”
Varias más. Deben ser más de las cinco de la mañana y ya en el bar ponen música perezosa de la radio para sacar a los cuatro que quedan. El diplomático me dice que se imagina que yo soy más bien, de, ejem, izquierda.
“En cambio yo soy de derecha. De derecha, derecha. Fui candidato a las elecciones europeas y me llevó muy bien con Marine y Jean – Marie”
Siete de la mañana. Me balanceo atravesando la Gran Plaza de Sibiu y pienso “Los llama por el nombre, Marine y Jean- Marie, Marine y Jean – Marie”
(aquí podría ir un capítulo, un capitulito titulado “Marine y Jean-Marie. El padre que admitió, justificó y practicó la tortura durante la guerra de Argelia. La heredera que trata hace años de limpiar la imagen del Frente Nacional, es decir, de tener callado al pater familia, que amenazó con demandar a cualquiera que se atreviera a llamar “de extrema derecha” a su partido)
El diplomático, descendiente de los Von Thelen de Westphalia que hicieron fortuna como propietarios de minas de carbón en el siglo XVII, estuvo en el 2009 en la lista del BZÖ (Alianza por el Futuro de Austria) el partido de Jörg Haider. Defensor de la aplicación estricata de la ley, del honor del Ejército Alemán, incluidas las SS, y de la familia tradicional, Haider murió en un accidente de auto en el 2008. Conducía al doble del limite de velocidad y en estado de ebriedad. Un rumor afirmaba que los últimos tragos los había tomado en el Stadtkraemer, un bar gay de Klagenfurt.
En el 2014, el diplomático fue segundo en la lista de los Reformistas Conservadores (REKOS).
La cercanía a “Marine y Jean- Marie”, que me había sonado como de “Voy a tomar onces en su casa de vez en cuando”, pero lo cierto es que el Frente Nacional considera a REKOS, como a los griegos de Alba Dorada, demasiado extremistas como para aceptarlos en una alianza. Es la misma razón por la que el Partido de la Independencia del Reino Unido, UKIP, rechazó al clan Le Pen y así fue como la ultraderecha no pudo constituir una bancada en el Parlamento Europeo .
“Ni siquiera los Le Pen los quieren” dije terminando mi cerveza. Una Ursus en botella de medio litro. Esperaba que ese fuera el punto final a una discusión que había comenzado en la mañana en el curso, sobrevivido a la pausa del almuerzo, continuado en la práctica lingüistica de por la tarde (que el diplomático saboteaba hablando en inglés), durante la cena (en un restaurante alemán en el que por pendejo excéntrico cometí el error de pedir una sopa de manzanas), a varias cervezas en Music y a la caminata hasta Oldies. Tocaba otro grupo de amigos de la profesora. Por eso estoy seguro que era jueves.
“Soy un humanista. Sólo que creo que a cada raza le corresponde su lugar. Los europeos hemos construido nuestras sociedades y no está bien que vengan otras personas a aprovecharse de lo que nos ha costado tanto trabajo”.
La frase “Hombre, si no fuera por los tiradores senegaleses, ustedes ahora estarían hablando alemán” es un comodín cuando uno tiene que discutir con algún patriota fanático francés orgulloso del país que sus ancestros construyeron y del que quieren aprovecharse los bárbaros africanos, que les salvaron el pellejo en la Segunda Guerra Mundial. Sólo que el diplomático hablaba alemán. Yo no y por eso no podía encontrar la palabra que necesitaba para decirle, en alemán, ese muy nazi concepto de que cada raza en su lugar. ¿Ichlibeich? ¿Luftwagen?. ¿Du, du hast nich?
“Living space” dije. Ahora sé que la palabra es Lebensraum.
El diplomático se enderezó, lo que tenía un inmenso mérito a esa hora y con tanto trago. Golpeó los talones a la manera militar y levantó la mano derecha con la palma hacia abajo.
Cada una de las siguientes clases tuvo algún amigable intercambio político entre el diplomático y el periodista colombiano. La profesora dijo alguna vez en inglés ,,“No more nazi bullshit” y el resto de los estudiantes guardó una muy práctica neutralidad suiza.
“No tengo nada contra los turcos. Ellos podrían quedarse si respetaran las costumbres de mi país”
“Claro los europeos jamás impusieron sus costumbres en otros países. La colonización se hizo de común acuerdo”
“Menos mal fuimos. Los negros se estaban matando entre ellos. Les dejamos un continente con infraestructura y organización urbana. Ahora somos nosotros los que estamos siendo colonizados. En las mezquitas les están diciendo que tienen que reproducirse. Los blancos pronto seremos minoritarios”.
Los blancos siempre han sido minoritarios. Sólo una de cada 17.000 personas sufre de albinismo. Por lo demás, el diplomático tenía cinco hijos. Y una casa en el mejor barrio de Bucarest, pagada por supuesto por el estado adicionalmente a su sueldo. Lo veía venir, la teoría del ”Gran Remplazo” de la población que Renaud Camus, regaló como justificación a la derecha europea y según la cual, los inmigrantes árabes estarían organizándose para “desplazar” la civilización occidental.
“Pues sí” dijo el diplomático “Algún día le van a imponer el velo a nuestras mujeres”.
“Eurabia” dije el delirio último de la paranoia xenofóbica. El equivalente de nuestros días para los Protocolos de los Sabios de Zión en los años treinta.
“No hay punto de comparación” dijo. Yo lo sospechaba antisemita. Con esa asombrosa capacidad que tiene la nueva derecha europea de detestar a los judíos tanto como a los árabes, que les da tantos problemas a la hora de tomar una posición sobre la ocupación de Palestina.
“Tuve un abuelo que murió en un campo de concentración” dijo.
Era la última noche de todos en Sibiu. La clasura extraoficial del curso. La situación la recuerdo así. Yo dije “Lo siento, no sabía qué…” Él concluyó la frase y la mesa explotó en carcajadas. Pero es un recuerdo falso, tal vez de la primera vez que escuché ese chiste (porque si usted vive en la Europa de fronteras cerradas de estos tiempos, ya debió haberlo escuchado)
“…murió porque se cayó de una torre de vigilancia”.
La mesa explotó en carcajadas. Las rondas de cervezas se sucedieron. En algún momento de la noche me di cuenta que así como en Colombia la chicha, tantos años rechazada por ‘india’, había ganado su lugar en los bares cool de Bogotá, aquí habian empezado a servir tuica. Ese destilado salvaje de los campesinos, tan mal visto y tan sabroso… El diplomático me sacudió para despedirse. Él y su hijo se habían puesto las chaquetas.
“Ya nos vamos” dijo “No me mires así. En unos años me darás razón”
“¿Cuando crezca?”
“Cuando comience la guerra. Tú eres blanco y vamos a estar del mismo lado”.
Yo pensé “Cuando comience la guerra, tú serás uno de los que habrá que fusilar” pero lo que dije fue “No soy blanco”.
Ya había decidido que escribiría sobre él. No porque hubiera repetido todos los argumentos de la extrema derecha (los prejuicios, al fin y al cabo vienen en bloque), sino porque había acabado con mi idea de que las personas que viajan terminan por comprender a los demás. Y esa idea era una de las últimas que me permitían conservar algo de fe en la humanidad. Si lo nombraba o no con nombre propio era mi única duda. Una ley en Austria, la Verbotsgesetz de 1947, condena toda apología al nazismo y las penalidades se agravan si se trata de un funcionario estatal.
“Por si acaso alguna vez necesitas la asesoría de un fascista” dijo al despedirse antes de hacer el saludo nazi y salir del bar. En la tarjetica que me entregó puede leerse : Martin B. Thelen – Cónsul Austrrian Embassy – Bucharest 7 Dumbrava Street. martin.thelen@bmeia.gv.at
[1] En rumano las comillas que abren van a la inversa (,,) . Esa gente es muy extraña.
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