El problema del error ortográfico ya fue solucionado, pero al final de la mañana del 7 de enero, son pocos los presentes para apreciar con qué pulcritud fue remplazada la “Y” por “I” en el nombre que cierra la placa conmemorativa. En estricto orden alfabético a Wolinski le tocó el último lugar en la lista de las once víctimas del ataque que un año atrás en ese mismo lugar le costó la vida a la mitad de la redacción de Charlie Hebdo, varios empleados del semanario y un guardia de seguridad. Un metro más abajo de la placa hay una cartulina blanca con un mensaje firmado por los “Vecinos de Charlie”. La mujer que lo ha pegado se llama Lidia y trata de encender una vela. “No se puede con este viento” dice “mire que ya se apagaron todas las que habían prendido”.
“Todas” son apenas una docena. Junto a ellas dos coronas oficiales, de la Alcaldía de París y la Presidencia y unos cuantos ramos dejados por los transeúntes, que hacen difícil imaginar el paisaje durante los primeros meses tras el atentado, cuando había que abrirse camino entre miles flores, mensajes y hasta esculturas para llegar a la puerta del 10 de la rue Nicolas Appert, donde bajo el nombre de “Editions des échappés” (Ediciones de los Escapados) trabajaba discretamente el equipo de Charlie Hebdo.
“Cabú era un tipo con un rostro conocido y uno lo veía por ahí en los cafés, pero yo pensaba que vivía por aquí. Creo que muy poco gente sabía que los de Charlie se habían mudado al barrio” dice Benoît, otro de los vecinos.
Hace un año los dos escucharon las ráfagas. Benoît pensó en un robo de banco “pero ahora que lo pienso no hay bancos en esta calle” dice. Lidia no pensó en nada y cerró todas las persianas de sus apartamento. “Cuando las volví a abrir y vi llegar los camiones de bomberos supe que lo que había pasado era algo muy grave”.
En el almacén de decoración “Muzeo”, cuya puerta es vecina a la del edificio donde funcionaba Charlie, un empleado dice diplomáticamente que ya ha contado la historia muchas veces. “pero en estos días, porque antes de esta semana ya no venía casi nadie”.
Es posible imaginar que la normalidad regresará al barrio la semana próxima y a lo mejor la municipalidad de París, logrará encontrar un nuevo inquilino para el local, que durante cuatro meses había cedido a la redacción de Charlie. “Los sobrevivientes no quieren verlo convertido en un mausoleo. Lo consultamos con ellos” dice un portavoz. El local, de más de doscientos metros cuadrados, se arrendará por cuatro mil euros mensuales.
De Charlie a la República
Desde la gran marcha del domingo que siguió a los atentados de hace un año y aún más desde los ataques del pasado 13 de noviembre, el centro de los homenajes, tanto oficiales como espontáneos, se trasladó un kilómetro al norte, a la Plaza de la República.
Es allí donde hoy domingo se realizará el gran homenaje nacional a las víctimas, que incluyen además de a quienes cayeron en la sede de Charlie, a la agente de policía martiniquesa Clarissa Jean–Philippe y a las víctimas del supermercado de productos kosher de la Puerta de Vincennes.
La programación prevista parece confirmar que el desplazamiento del duelo además de espacial es ideológico, de la irreverencia contra todo hasta los valores nacionales, hacia los valores nacionales, que no siempre se entienden bien con la irreverencia. Por eso la presencia del cantante Johnny Halliday, sarkozista empedernido y auto-exiliado en Bélgica para no pagar impuestos, y del coro del Ejército Nacional, no acaban de convencer a los seguidores de una publicación que siempre se ha caracterizado por una posición antimilitarista.
“Yo hubiera preferido algo de jazz” declaró la viuda de Wolinski al Journal du dimanche.
Para el caricaturista Siné, quien fue uno de los miembros ‘históricos’ del semanario “Charb detestaba a Johnny y no sólo su música sino a él como persona, porque siempre ha sido un reaccionario”.
Molestos por las particularidades del homenaje, los sobrevivientes sin embargo parecen entenderse sobre la administración del semanario, un tema que hace algunos meses llegó incluso a percibirse como una amenaza al futuro de la publicación. “Ya no hay ese ambiente de conflicto. Se ha vuelto a trabajar sin esa idea de jerarquía, tal como era antes, porque hay que recordar que Charb era el director porque legalmente era necesario que un director existiera, pero al interior nunca pidió ser tratado como tal y a nadie se le hubiera ocurrido” dice un colaborador ocasional de Charlie.
El retrato en los colores de la bandera francesa con la imagen de Ahmed Merabet en el lugar donde el agente de policía fue asesinado por los hermanos Kouachi durante su fuga está firmado por el artista callejero C215. En cambio no se conoce el autor del retrato de Charb en el ángulo de la calle Nicolas Appert, sobre el que está escrita una frase del caricaturista. “No temo a las represalias. No tengo mujer ni ‘pelaos’ ni carro ni préstamos”.
“De eso se trata. De amar esta puta vida a pesar de sus desgracias” dice Lidia que no logra encender su vela. Han pasado quince minutos desde que pasó un año de la masacre de Charlie y en ese preciso momento llega el rumor de que otro atentado acaba de ocurrir en París.