Hace unos días escribí una entrada de blog en la que decía que con lo buenos que son los Stones, pagar los precios que los organizadores pedían por verlos en Bogotá era un despropósito. No vuelvo a dar todas mis razones (aquí está el enlace) pero a la hora de explicar que no es que odie los grandes conciertos, decía que hay ciertos artistas por los que pagaría lo que pudiera. Uno de ellos es Pearl Jam y si las boletas no están agotadas, la recomendación es salir a comprar una o al menos intentar conseguirla revendida a la entrada del evento, ver en vivo a Vedder y compañía es una de esas vainas que un viejo rockero no olvida y que le sirven a un joven para entender lo que en una época fue el rock.
Esa época terminó con los noventa. Los mejores en términos de espectáculo, los Guns y Metallica, aún salen de gira y dan conciertos enormes, pero lo hacen como entertainers, que cumplen con el contrato y divierten, pero poco más que eso. Los Guns, es decir Axl Rose, y Metallica tocan sin sentimiento (compadre!) como si fueran una banda tributo de sí mismos. Como si otro hubiera escrito las canciones, lo que a lo mejor es cierto porque ya no queda nada de los “Cuatro Jinetes” ni del muchachito peleonero de Indianapolis que llegó a guerrearla en Los Angeles.
Por el lado de lo alternativo (palabra que uso de mala gana) , de ese grunge que todavía me hace llevar camisas a cuadros, hay giras de reunión armadas a las malas, con músicos a los que se les nota que preferirían estar tocando solos si eso diera tanta plata. Y los últimos discos de Radiohead parecen música de ascensor. Demasiada experimentación y poca tripa.
Pero Pearl Jam es un caso aparte, a lo mejor porque siempre fue un caso aparte. Cuando MTV mandaba, ellos renunciaron casi del todo a los videos y cuando digo casi del todo es porque los clips de ‘Jeremy’ y ‘Do The Evolution’, no sólo están entre los mejores de la historia, sino que siguen siendo actuales y doliendo bien adentro. Siempre he pensado que ‘Jeremy’ vale más que cualquier campaña contra el bullying. Y campañas, los Pearl Jam, las han hecho todos, además de lo “humanitario consensual”, como tocar por las víctimas de Katrina y recoger fondos para la Cruz Roja, Pearl Jam ponía en riesgo el negocio denunciando el monopoilo de Ticket Master, iniciando campañas contra Bush y pidiendo una regulación de las armas en Estados Unidos, además de militar por el derecho al aborto, por la liberación de “Los Tres de Memphis” y contra la contaminación de la BP. Polémicos por posiciones políticas progresistas y no por los escándalos de las mansiones y hoteles en la que se gastaban la plata de sus millones de discos vendidos el resto de los músicos que vendían discos en esa última época antes del MP3. Por supuesto, hubo en ese año de Nuestro Señor de 1991 otra banda capaz de hacer la música más sentida y más fuerte del mundo, sólo que el cantante de esa otra banda no pudo con eso.
Los miembros de Pearl Jam en cambio, pilotearon la tristeza, no para vencerla (porque la tristeza se respeta, señores!) sino para vivir con ella y seguir cantándola. Para incorporarla y poder envejecer con ella como una enfermedad de esas que no te matan pero tampoco te dejan vivir tranquilo.
Venticinco años después, Gossard y Mike McCready no dejan de reinventar los clásicos de todos los álbumes, Jeff Ament brinca como cuando él (y nosotros) teníamos veinte y Matt Cameron le da duro a esas tumbadoras. A Vedder la voz se la ha puesto mejor con los años y aunque ya no se cuelga de los altavoces como en el video de Alive, aún hace vainas como empinarse media botella de vino en el escenario y tomarse la otra mitad con sus fans de las primeras filas.
Son unos manes sencillos, apoyemos su talento.
Umpalá 