publicado en EL ESPECTADOR
“Yo escuché tatatá y luego tatatá otra vez y mi hijo salió de la habitación y me dijo ‘No vayas a salir a trabajar, que es peligroso’. Luego mi marido vio toda la policía que estaba fuera, pero igual salí a coger el primer metro como todos los días. Había más policías, pero esas cosas pasan en el barrio”.
Milica Antovic, de Serbia, vive desde hace veintidós años en un apartamento del número 14 de la Rue de la République, en el suburbio de Saint Denis. Como a la mayoría de los vecinos, los primeros disparos no la sorprendieron. Aunque République –el pasaje semipeatonal que lleva de la estación de trenes interurbanos a la basílica donde están enterrados los reyes de Francia– es relativamente seguro, en las calles vecinas existen varios puntos de microtráfico de drogas. “Es el crack lo que más daño hace a esta ciudad”, dice Ahmed, un hombre que trabaja en uno de los restaurantes del sector. “Ahora la venta se ha desplazado más hacia la parada del tren, pero los que hacen el negocio todavía se dan bala con frecuencia en las calles del centro”.
Con 120.000 habitantes, Saint-Denis es la capital del departamento de Seine Saint-Denis, aquel con los más altos índices de pobreza y desempleo de Francia continental. A pesar de que la ciudad alberga el Estadio de Francia, la Ciudadela del Cine y París 13, una de las más importantes universidades de la región parisina, y del intenso trabajo de terreno llevado a cabo por las asociaciones, sus habitantes siguen enfrentando graves problemas de discriminación a la hora de encontrar un trabajo en la vecina París.
“Si el código postal en tu hoja de vida empieza por 93 (que identifica al departamento de Seine Saint-Denis), nadie te va a contratar…