Todos los domingos, en un centro comercial abandonado de Bucaramanga, hay una fiesta secreta.
por Ricardo Abdahllah
Todos los domingos a las diez de la noche, cuando Bucaramanga está vacía por todos lados, la Avenida 15 se llena de personas que caminan riéndose y hablando de todo mientras paran los taxis que los llevarán a casa. Como la mayoría son jóvenes, visten de cierta manera y vienen de barrios deprimidos, la gente que pasa –familias que salen del Éxito y trabajadores que regresan en bus a los barrios del sur–, piensa que adentro se acaba de celebrar un encuentro nacional de pandilleros.
Estan equivocados. es cierto que a veces, unas pocas veces en tres años, alguien ha salido antes de las diez con una herida de cuchillo. Es cierto que hay “parches” que se tienen la mala y tal vez arreglarán sus problemas el lunes o el martes en las calles del barrio. Es cierto también que adentro hay peleas y pueden perderse unos tenis en un atraco relámpago. Pero la gente que sale, a una hora en la que en Bucaramanga no se piensa en fiestas, sale precisamente de una fiesta. Una fiesta que han esperado toda la semana porque para su música no hay bares ni emisoras. Los últimos en salir, detrás de un pequeño camión viejo cargado hasta el tope, son un hombre con una sudadera azul que lleva una gorra y dos vigilantes en uniforme. Entonces se cierra la reja de la rampa que lleva a la terraza del Sanandresito La Rosita. Arriba, todo queda oscuro y en silencio.
“Sanandresito” es la manera como se llama en Colombia a los centros comerciales y sectores donde las autoridades toleran tácitamente la venta de mercancía de contrabando. En Bucaramanga [la quinta ciudad del país a unos cuatrocientos kilómetros al nororiente de Bogotá], se construyeron en los años ochenta, tres edificios que buscaban solucionar el problema de los pequeños vendedores de contrabando del Parque Centenario. Dos de ellos, “La Isla” y “Sanandresito Centro” siguen funcionando prósperamente a pesar de que los precios que ofrecen están cada vez más cercanos a los de la mercancía legal.
El Sanandresito La Rosita es otra historia. Fue arruinado desde el principio por la competencia y un diseño no sólo poco práctico sino francamente desagradable, hizo que el proyecto nunca despegara del todo. Actualmente en el sótano funciona el parqueadero de un mercado campesino nocturno y en el primer piso un par de asaderos de pollo. El segundo nivel lo ocupan algunas oficinas de cooperativas y un centro de oración cristiano.
Esto para los negocios con vista a la calle, porque el interior del edificio está abandonado casi por completo y los pocos locales ocupados acumulan juguetes y electrodomésticos que se cubren de polvo esperando clientes.
Sin embargo, cuando se construyó el edificio se esperaban tantos clientes que adicionalmente al parqueadero subterráneo se habilitó un segundo lote en la terraza.
Hace años que ese parqueadero no se utiliza, pero supongamos que el domingo a las dos de la tarde alguien abre la reja que da a la calle y uno puede subir. Entonces es posible caminar y dar una mirada a la ciudad.
Apenas atravesando la Avenida 15 está el almacén Éxito. Sobre el gigantesco edificio pueden verse las banderas de Colombia, Santander y la cadena de almacenes. El calor pegajoso las mantiene plegadas, perezosas como casi todas las personas de Bucaramanga en un domingo, y la palabra “Éxito” [que se repite en varios letreros y vallas en los alrededores] se ve extraña desde este lado de la calle porque aquí, en el parqueadero de la terraza, todo se está oxidando. Hasta el aire se oxidaría por la quietud si no fuera por el humo con olor a pollo que arroja hacia adentro la chimenea de uno de los asaderos del primer piso.
Desde la terraza se ven la catedral y los edificios del centro. Una cosa más llama la atención: el mosaico de un almacén de cerámicas, también al otro lado de la avenida, que dice “Yo amo a Bucaramanga”.
(por aquí el resto de la historia… http://www.rollingstone.com.ar/706684 )