La historia demuestra que las minorías siempre pierden, en el mejor de los casos pierden para que las mayorías ganen, pero eso no es consuelo y menos cuando uno es niño y menos cuando es diciembre. Nunca me ha sonado lo de “beneficio general prevalece sobre beneficio particular” y siempre pensé que se debía a una terquedad heredada del lado materno que me impulsaba a llevar la contraria sobre todo si no tenía argumentos (llevar la contraria con argumentos no tiene gracia), pero he venido a descubrir que la causa de mi problemita con las mayorías y de otra media docena de comportamientos que harían las delicias de un sicoanalista si tuviera con qué pagarlo es clarísima y concreta: Nací un 24 de diciembre.
“Y qué pasa ?” diría cualquiera “hay gente que nace el 12 de octubre o el día del trabajo”.
Precisamente.
El 24 de diciembre el despertador suena igual que todos los días. Al fin y al cabo es un día laboral, el último día laboral real del año y todo tiene que quedar listo. No importa que sea navidad, no importa que 1/365 del total de la raza humana esté de cumpleaños ese día, no importa que en ese grupo estén incluidos este servidor, Ricky Martin y Jesucristo. Supongo que ese es el primer problema, que la competencia es grande y también lo digo por Jesucristo. Aunque los que se dedican a interpretar las escrituras están de acuerdo en que Jesucristo no nació el 24 de diciembre, la opinión pública aún no se ha enterado y por eso los que nacimos un 24 (Michael Curtiz, Ava Gardner, Marcelo Salas, « Crayolita » Méndez, Ruben Ariza o Johanna Quijano) tenemos que disputarle la atención al hijo de Dios (y a Ricky Martin) y que sufrir que cada vez que alguien se entera de nuestra fecha de nacimiento, diga inevitablemente:
a)“¡Usted es un Niño Dios!”
b)“ O sea, usted fue un regalito de navidad para su mamá”
c)“¿Entonces le dan doble regalo?”
a lo que respondo
a) Mis profesores de religión jamás estarían de acuerdo. Fue la materia que más perdí en bachillerato.
b) No precisamente, mi mamá es enfermera, esperaba al menos descansar en fiestas y no pudo hacerlo por mi llegada y creo que le he dado la oportunidad de descansar desde entonces.
c) Siempre me tumbaron un regalo.
Ese es el punto.
Sólo una persona que comparta cumpleaños con Nuestro Señor y Salvador Jesucristo tiene contacto desde la más tierna infancia con una de las formas más brutales de injusticia y discriminación: el hecho de recibir un solo regalo durante el año. Recuerdo claramente que en algún lugar de los evangelios (no tengo una biblia a mano pero los lectores están invitados a buscarla en Google o en una de esas ediciones que dicen “Este libro no es para la venta”) se menciona que fue precisamente Jesús la primera víctima de la tacañería con los regalos. Claro, al principio le fue bien, porque le llevaron ovejas, incienso, mirra y oro, pero al cabo de un par de años, dice la historia, que Jesús, ya conocedor de su elevada misión, pidió a su padre un lote de cuatrocientos fusiles (Galil) para emprender una guerra de liberación contra los romanos y un megáfono para incitar a su pueblo a unirse a la revolución. Llegado el 24 de diciembre, Jesús, que ya tenía envuelto para su padre un serrucho nuevo que complementaría perfectamente la lija que le había regalado de cumpleaños, esperó sus regalos, pero José se presentó exclusivamente con un paquete que le entregó diciendo “Tome, mijo, de cumpleaños y navidad”. El paquete, por supuesto, contenía un megáfono y, sin fusiles ni conexiones en el mercado negro de armamento, Jesús tuvo que iniciar su revuelta a punto de discursos con las conocidas consecuencias que para él al menos fueron desastrosas.
En todo caso Jesús estuvo de buenas, porque, a no ser que le creamos a ciertas iglesias evangélicas, no tuvo hermanos y por eso a la tristeza de recibir un solo regalo, no tuvo que añadir la humillación de ver que los demás hijos recibían dos. Eso explica mi caso, si yo no hubiera tenido una hermana a la que mis tios le deban UN regalo en agosto y OTRO en navidad y mi papá me hubiera dado un megáfono, estaría iniciando una revolución “Peace and Love”, mi propia versión de Indignados/Occupy. Como durante años tuve que ver cómo a mi hermana le daban un regalo en su cumpleaños de agosto y otro en diciembre, estoy tomándome un café negro sin azúcar y escribiendo esto pensando en la mañana de mañana, la mañana de navidad.
De mi parte, no esperen regalos. Papá Noél no existe y el niño Dios no tiene la logística para una operación de transporte y distribución de semejante envergadura.
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