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¿Y usted aún no tiene su iPhone 5.0?

Publiqué este texto hace cuatro años. Nada ha cambiado, excepto que Apple parece comenzar a desmoronarse.

 

Salí a verlos por confirmar lo imaginable. Son la nueve de la mañana en la plaza de la Opera de París y pese a que este año Dios olvidó que existe el otoño y el termómetro marca apenas 7 grados, unas cincuenta personas han amanecido en la calle. La fila sigue alargándose. Había una broma circulando esta mañana en Internet: en Francia tu duermes en la calle si perteneces a uno de los siguientes tres grupos a) los clochards b) los extranjeros que deben renovar sus papeles en la prefectura…

Frente a la plaza de la Ópera está el grupo c) los que quieren ser los primeros en llevarse el iPhone 5. Los rumores de huelga (los sindicatos franceses no se dejan convencer con migajas) no han mermado el entusiasmo, aunque uno de los que espera se muestra condescendiente “Yo entiendo que exijan sus derechos, pero por qué aprovecharse de una fecha como hoy. Habrían podido hacerlo la semana entrante”.

Los derechos es mejor exigirlos la semana entrante.

Mirando las personas en la fila estaba tentado a preguntarles por qué querían comprar hoy el último de los últimos gadgets. Lo digo porque yo he pasado la noche en la calle haciendo fila para un concierto y nada me cuesta entender que alguien pase horas esperando para entrar a un partido de fútbol: los dos, el partido incluso más, son espectáculos irrepetibles.

El iPhone 5, como la última reedición en 3D de una de las partes de La Guerra de las Galaxias o el episodio final de Crepúsculo, estará allí mañana. Y pasado. Y siempre. Si han podido vivir 20 o 30 años sin lo último en teléfonos, bien podrían esperar un día más. O dos.

Pero la pregunta no es correcta porque es demasiado larga. La pregunta no es “por qué hoy” sino “por qué”. Como las personas que están en la fila son con seguridad las mismas que hicieron la fila cuando salieron el iPhone 4, el iPhone 3 y 2 y 1, puede que contesten que cada uno de esos aparatos les cambió la vida, que seguramente la nueva novedad se las cambiará de nuevo. Tienen razón y tendrían más razón si agregaran que les cambió la vida de manera “inesperada” porque la base del esquema económico de Apple es ofrecer soluciones a problemas que no existían, envolver esas soluciones en un bonito empaque que aumenta su precio y convertir a quienes los utilizan en sus evangelistas.

Yo llevo 17 años escribiendo en PC. He pasado por un Compaq, un Acer y un HP. He tenido tres celulares, dos Nokia y un Samsung. Los dos primeros me servían para hablar por teléfono, sustituir al despertador, alumbrar debajo de la cama para buscar monedas y partir panela. El tercero me sirve para navegar en Internet, ya casi no se ven los números de las teclas. Mis propiedades tecnológicas las completa un iPod shuffle de 1 giga que tiene seis años de viejo. Allí caben 1000 canciones que cambio cada mes sin nunca haberlas escuchado todos. Hago un inventario de máquinas que me han servido, algunas hasta que las desbarato. No creo que el Acer sea mejor que el Dell o que el Samsung sea mejor que un NTM, no dejo de lamentar que ya se vena poco esas marcas como “Sunny”o “Phonner”, que fueron las de mis walkman.

Habrá quién me diga “Usted lo que es un vaciado”(en realidad freelanceo) o “Usted escribe” ( en realidad soy un vaciado) “en mi caso es diferente porque soy diseñador/productor musical/fotógrafo/editor de videos y en ese caso nada como los mac”.

Compre un mac entonces, o un iPad o el nuevo iPhone , úselo hasta que se le desbarate. Deje tranquilos a los que no lo necesitan. Recuerde que usted pagó (caro) por él, que no es un regalo del cielo. Úselo como lo que es: un montón de cables conectados a su servicio. Y no al revés No se me vuelva un fundamentalista.

Cuando los primeros computadores con el logo de la manzana aparecieron, se lanzó un comercial de televisión en el que una heroína anónima destruía una pantalla desde la que un rostro vigilaba una multitud obediente. El mensaje que seguía era algo como “Gracias a Apple, 1984 no será 1984

En ese entonces, Apple era la compañía que se enfrentaba al monopolio de Microsoft, pero Steve Jobs fue un industrial y un comerciante. Si habría que compararlo con alguien, habría que compararlo (y saldría perdiendo) con Henri Ford. No fue un iluminado, no fue un guía espiritual. No hay en sus escritos ni en sus discursos, nada más que verdades obvias del mismo tipo que las que se utilizan para adoctrinar a los miembros de una secta. Si fue un apóstol, lo fue del consumismo, de convertir la tecnología en una marca de distinción social y llevar hasta los límites lo que suele llamarse “obsolescencia programada”. Hoy no nos importa que Apple recurra a prácticas de monopolio y pase por encima de los derechos de sus trabajadores en Europa, ya ni digamos en China. Cada año hay un nuevo producto. Caro. Bello. Lo alabamos unánimemente, hablamos de él, lo reseñamos con pasión, mostramos en la tele a los fans histéricos a la entrada de las tiendas, condenamos a la frustración a quienes no pueden tenerlo.

Gracias a Apple, 2012 es 1984.

Hoy dos millones de personas se irán a dormir acariciando los doce centímetros de largo de su nuevo iPhone. Mil millones de personas se irán a la cama sin haber comido durante el día las calorías mínimas para evitar la desnutrición. Es decir, con hambre.

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