La frase nunca fue dicha, tanto así que el profesor Pierre Pellerin, que en 1986 era jefe del Servicio Central de Protección contra las Radiaciones Ionizantes, se dedicó hasta su muerte a demandar a quien se atreviera a afirmar que él había asegurado que “la nube radioactiva se detuvo al llegar a la frontera francesa”. No, no lo dijo, pero convertido de oficio en el portavoz de un gobierno que actuó como si eso hubiera ocurrido, Pellerin y su frase siguen siendo los símbolos de esa inacción, que, según las conclusiones de los informes oficiales, fue inadecuada, pero no tuvo consecuencias en la salud de los franceses
“Voy a tratar de explicarle lo que es vivir con un cáncer que hace metástasis”, dice Nell Gaudry. Luego, con la voz entrecortada, detalla los síntomas y los procedimientos quirúrgicos que ha tenido que sufrir desde que en el 2006 le fuera diagnosticado un cáncer de las papilas. Gaudry es copresidenta de la Asociación Francesa de Enfermos de la Tiroides, fundada en 1999 por seis pacientes que apenas estaban comenzando a ser conscientes de que las condiciones ambientales eran tanto o más responsables que los hábitos personales en el desarrollo de las enfermedades de esta glándula. Hoy en día la asociación reivindica casi 5.000 miembros y se ha centrado en una idea: demostrar que el aumento de cánceres de tiroides a partir de finales de los ochenta y el hecho de que la enfermedad se haya disparado en los jóvenes desde ese momento está relacionado con el paso de la “nube radioactiva” de Chernóbil sobre el territorio francés.
“Mientras en otros países se reaccionaba conforme lo requerían unos niveles de radiactividad muy altos, en Francia no hizo sino repetirse que todo estaba bien y ni siquiera se recomendó evitar el consumo de productos como leche y verduras frescas”, dice Gaudry. “Una instrucción tan simple como esa nos habría salvado”.
Las medidas tomadas en otros países de Europa incluyeron la prohibición a los niños en los países nórdicos de jugar en parques y patios de los colegios, una mora al sacrificio de ganado en Inglaterra y la prohibición de venta de leche y verduras en Grecia e Italia.
Gaudry, que tenía problemas de tiroides desde mediados de los años noventa, fue uno de los pacientes que, con el apoyo de la Comisión de Investigación Independiente sobre la Radioactividad, instaló una demanda para obligar al Estado a determinar responsabilidades en el manejo de la contaminación radioactiva en los días que siguieron al accidente de Chernóbil. Aunque el proceso tardó diez años y el número de pacientes inscritos como demandantes superó los doscientos, el fallo, pronunciado el 7 de septiembre del 2011, absolvió al Estado de cualquier responsabilidad. Gaudry, como el resto de los interesados, había recibido una convocación judicial para asistir a la lectura del veredicto, pero la policía les impidió a todos su ingreso a la sala.
“Suele decirse que las consecuencias en la Unión Soviética fueron tan graves porque no se informó a la población, pero aquí también se ocultó información”, dice Martial Chateau, un miembro de la ONG Sortir du Nucléaire. “Un manejo transparente de la situación. Una orden de no consumir leche y mantener los animales en los establos habría bastado para disminuir de manera importante la cantidad de cánceres”.