Esta es la introducción del libro «El rock estaba muerto» publicado por Editorial Panamericana
I
1991 : el rock no estaba muerto
Sería una exageración decir que en 1991 el rock estaba muerto. De hecho en ese año se editaron trabajos como el cuádruple Use Your Illusion de Guns ’n’ Roses, el álbum sin título de Metallica y el reflexivo Ten de Pearl Jam, que en diferentes vertientes parecían abrir nuevos caminos para el género y se constituían en una explosión de rock ’n’ roll como no se había visto mucho tiempo. Sin embargo, aunque sea una exageración, sería tentador comenzar una biografía de Kurt Cobain diciendo “En 1991 el rock estaba muerto” porque con el tiempo el líder de Nirvana, zurdo y proveniente del área de Seattle como Hendrix, se ha quedado con el crédito de haberlo resucitado.
Vamos por partes, el rock nunca ha necesitado salvadores. Los Beatles hicieron lo suyo hace cuatro décadas y desde entonces no hay bandas imprescindibles. Con o sin Cobain seguiríamos escuchando rock ’n’ roll, aunque sin duda escucharíamos un rock distinto. Los nuevos rockeros de todas las vertientes reconocen la influencia de Cobain en su formación musical haciendo explícito lo que para el aficionado está más o menos claro, que Nirvana representó un punto de quiebra sólo comparable al que marcaron Led Zeppelin y Black Sabbath cuando endurecieron más allá de lo que se creía posible los ritmos de los primeros años setenta.
Lo curioso es que no había nada realmente innovador en la música de Nirvana. Las canciones rápidas de tres acordes habían sido el sello de los grupos punk ingleses de finales de los setenta, la desesperanza era una marca registrada de Pink Floyd desde los días del Dark Side of the Moon y el apoyo a causas sociales parecía inseparable del rock luego de los conciertos Live Aid. Sabbath, Jethro Tull, The Doors y los Beatles, por sólo nombrar algunas bandas, ya habían coqueteado con letras “oscuras” en el sentido de no tener significados evidentes para el público. Kurt Cobain reunió sus influencias de punk, pop, rock y metal, agregar letras que hablaban de almas atormentadas y no de lo bien que lo pasaban las superestrellas y devolver la honestidad. Ese fue su aporte.
El rock no estaba muerto. Tampoco era un anciano agonizante en un hospital de tercera, pero se había convertido en un gordo adinerado (y lo peor, adulto) que se sentaba en su trono y miraba el mundo de lejos. Guns ’n’ Roses exigía seis limosinas para sus conciertos, Bon Jovi salía de gira en su jet privado y los músicos de Metallica habían dejado de ser los “cuatro jinetes” que llevaron el trash a su máxima expresión para grabar producidos por Bob Rock y hospedarse en hoteles de cinco estrellas. Michael Jackson y Madonna, dominaban las listas.
Por supuesto todos habían trabajado duro para lograr lo que tenían, pero en cierto punto parecían haber olvidado que alguna vez habían sido adolescentes rabiosos que ensayaban en cuartos húmedos con guitarras de segunda. El 15 de agosto por la mañana, el rock era música tocada por multimillonarios obsesionados por la rapidez descrestante de los solos de guitarra, los escenarios gigantescos y las modelos rubias en autos deportivos.
Esa tarde, la KXLU, una pequeña emisora alternativa de Los Angeles transmitió por primera vez una canción que comenzaba con un riff de guitarra seguido de un redoble que daba paso a una línea de bajo y luego a una voz sin entusiasmo que invitaba a cargar las pistolas y traer a los amigos. Era “Smells Like Teen Spirit” y desde ese momento el rock, aunque no estuviera muerto, nunca volvería a ser igual.
II
La angustia adolescente
“Spirit” se convirtió en la canción que abrió la puerta a la explosión del rock alternativo que explica toda la evolución posterior del rock. Eso bastaría para garantizar un lugar para Kurt Cobain en la historia de la música. Pero había algo más. A pesar de que su letras fueran difíciles de interpretar al detalle, o quizás por eso y porque, como buenas piezas de poesía podían sentirse más que entenderse, Cobain encarnaba como ningún otro rockero de su tiempo, los sentimientos de los que lo escuchaban al otro lado de los parlantes, la “angustia adolescente” de la que habló en su canción “Serve the Servants”. Los seguidores de Nirvana sabían que nunca podrían viajar en las limosinas de Axl Rose, tocar guitarra como Kirk Hammett, o tener cerca las modelos de los videos de Aerosmith. En cambio, podían sentir la compleja tristeza de Kurt y cabecear en sus habitaciones como él cabeceaba sobre el escenario, sólo con su banda, sin sesiones de vientos, bailarinas ni fuegos artificiales.
En su momento se dijo que Nirvana era un grupo de moda y que el grunge terminaría por extinguirse tan repentinamente como había aparecido. Lo segundo es cierto. La tribu “grunge” desapareció para ser remplazada por tres años de pop prefabricado a los que siguieron el neopunk, el nu metal, el ska y el reggae reciclado a las malas. Algunas de las bandas que protagonizaron la movida alternativa de los noventa como Smashing Pumpkins, STP, y Soundgarden se desintegraron; otras, como Pearl Jam, sigue grabando excelentes discos que sin embargo parecen no llegar más que a los fanáticos de entonces. El cantante de Alice In Chains, Layne Stanley, se unió al “estúpido club” de mártires del rock del que hablaba la madre de Kurt.
Pero como siempre habrá gente como Kurt (solitaria a ratos, abrumada por la estupidez general y que muy temprano en la vida entiende que tiene mucho sentido la música de Nirvana cuando hace que al lado de la vida las páginas más duras de La Nausea parezcan un manual de “Cómo alcanzar la felicidad”), personas que en 1991 apenas estaban empezando a caminar sobre el mundo aprenden las canciones de Nirvana e insertan fragmentos de las letras en los dibujos que hacen en sus cuadernos cuando deberían estar tomando apuntes de clase.
La música no los va a salvar, no nos salvó a nosotros, los de entonces, ni siquiera salvó a Kurt, pero presienten (como nosotros) que en los días en que lleguen los hijos, la calvicie y los primeros problemas de incontinencia y en las fotos de juventud se vean tan ridículos como ahora nos parecen la ropa disco y los peinados afro, Nirvana será su “música del recuerdo”, la banda sonora de sus mejores tiempos cuando la voz de un guitarrista desgarbado les sirvió como código para saber que en cada colegio, en cada barrio, había dos o tres como ellos, dos o tres con los que armaron sus “pequeños grupos que siempre han sido y siempre serán hasta el final” como dice la segunda estrofa de “Spirit”.
“Estoy tan feliz porque hoy encontré a mis amigos”, dice “Lithium”, y aunque los amigos estén en la cabeza, esa felicidad de mentiras es una verdad incuestionable.