El hombre que inventó los Rolling Stones vive en Bogotá, escucha a Charly García y pasea su perro por los alrededores de la Calle 72.
“Soy el talento necesario tras cada banda de rock”
The Rolling Stones, Under Assistant West Coast Promotion Man
Aunque los edificios de grandes corporaciones financieras han ido llenando el barrio, Andrew Loog Oldham, a quien uno sólo podría imaginar viviendo así, en un lugar alto con vista memorable, sigue adorando la Bogotá que ve por la ventana porque puede salir a caminar y pensar en voz alta y a nadie le importa lo que va diciendo.
“Aquí el inglés es sólo para mí” dice mientras le pone el collar a Gruff, el perro callejero que recogió con una pata rota luego de ser atropellado, el perro debe su nombre a que el día qe Oldham lo encontró tenía como huésped a Gruff Rhys, el cantante de los pioneros del rock celta Super Furry Animals.
En el apartamento de Oldham hay una biblioteca que ocupa dos paredes, un micrófono desde el cual hace una emisión en la radio satelital, una foto de su hijo Max junto a Slash, el guitarrista de Guns ‘n’ Roses, y un pedazo de guitarra firmado por Charly García. La guitarra es un agradecimiento de Charly por el trabajo de Oldham en su último disco, Kill Gil, y la vez un reconocimiento al hombre que hizo a los Rolling Stones una de las dos bandas más grandes del mundo.
Por eso el único disco de vinilo visible, el TheRolling Stones’ Song Book, posado sobre las teclas de un piano no es “un disco” de versiones de los Stones.
Hasta hace unos años Oldham quería que su epitafio dijera “He gave us ‘Satisfaction’ Ahora no le importa. Vio la muerte un par de veces y un par de veces vio caballos de varios pisos de alto caminando por Manhattan. En todo caso tenía razón con ese juego de palabras entre las satisfacciones que nos ha dado y el hecho de que una de las más grandes haya sido ‘Satisfaction’, la canción. Oldham la produjo, lo que de por sí le valdría un lugar en la historia, pero quien conozca de grandes managers del rock sabe que de no ser por Oldham los Stones jamás habrían llegado a ‘Satisfaction’, la canción de la que dijo Robert Palmer “es un caballo de Troya, una crítica cuasimarxista del consumismo y su costo para el individuo y la sociedad disfrazada de una sexy y despreocupada canción de rock.”
Oldham es un caballero inglés del tipo que por la barba o los ojos o el cabello canoso recuerda a Don Quijote. Antes de opinar sobre lo que dijo Palmer, toma un sorbo de te y se acomoda en su sillón.
“Bullshit!” dice.
Eran los sesenta y los Stones no pensaban en política. Oldham odia el concepto del flower power (“Era una manera de conseguir alguien para acostarse”) y le parece que quienes piensan que el momento cumbre de la década fue Mayo del 68 lo hacen porque se perdieron todo lo que pasó antes, la mejor parte. Los años de la moda despreocupada, la píldora y los primeros álbunes de los Beatles y los Rollin’ Stones.
Al principio se llamaban así “Rollin’”, fue él quien puso la g’.
“Peter Jones, un periodista londinense, me había llamado varias veces para que fuera a ver un grupo de Rythm & Blues que tocaba en el Crawdaddy Club de Richmond. No me interesaba, pero lo estaba acosando para que me ayudara con mis bandas. Terminé por ir un domingo en el que quería quedarme en casa”.
Ese domingo fue el 28 de abril del 63. Oldham tenía 19 años, un empleo para Brian Epstein promoviendo a Dylan y a los Beatles en Londres y un pasado largo que incluía trabajos con Mary Quant, la inventora de la minifalda, y una temporada de correrías en el sur de Francia. Ver a los Stones fue un momento de iluminación y le tomó un instante convencerlos de que él era la persona que podía sacarlos de los pequeños bares.
Los Stones se dejaron guiar. Primero Oldham hizo a un lado al pianista Ian Stewart porque “era feo y de todas maneras las fans no podrían recordar más de cinco nombres”, luego consiguió que Lennon y McCartney le cedieran la entonces inédita, ‘I wanna be your man’. Como el siguiente paso era escribir temas propios, Oldham encerró de manera más o menos literal a Jagger y Richards para que compusieran juntos. Fue suyo (o eso se dice) ese “¿Dejaría a su hija salir con un Rolling Stone?” en la portada de Melody Maker que hizo a los muchachos ser tan odiados por los padres como histéricamente amados por las hijas. Fue su idea mostrarlos como chicos malos por contraste a los buenos Beatles y cuando le dijeron que un sencillo con un nombre tan largo como ‘Have You Seen Your Mother Baby Standing In The Shadows?’ no funcionaría, puso a los Stones en la portada disfrazados de veteranas de guerra. Del trabajo de Oldham al frente y atrás de la consola salieron ‘Paint it, black’, ‘Ruby Tuesday’ y ‘Mother’s Little Helper’. La última vez que Keith Richards vio a Oldham, luego de un concierto de los Stones en Seattle en el 2005, le dijo “¿Ves de lo que eres responsable?”
De los Stones, para empezar, pero Oldham tiene su crédito en lo que fue el swinging London, la época de locura que siguió a la posguerra. La compañía de Oldham, Immediate Records, fue el primer sello independiente del Reino Unido por allí pasaron Small Faces, Jimmy Page, Nico y Eric Clapton.
Todos ellos aparecen en un libro de fotografías que recibió hace un tiempo y aunque aún no ha mirado mantiene entre todas las cosas que ocupan su escritorio. En el libro hay fotos suyas con los Stones que no recuerda haber visto antes y una de Marianne Faithful, no cantando pero sí con su famoso cabello rubio perfecto y vestida en corsé negro y ligueros.
“Tan linda Marianne” dice Esther Farfán, como quien recuerda a una vieja amiga.
Esther es colombiana, actriz y modelo y esposa de Andrew desde hace más de treinta años. Se conocieron en noviembre del 74 en el Teatro Saville de Londres. Los dos habían ido a ver una obra sobre los Beatles. En algún momento del 75 Oldham estaba en medio de la noche en un taxi de Barranquilla a Cartagena tratando de volver a verla. Está convencido que los ingleses de la época sentían una atracción casi mortal por las mujeres extranjeras.
“La primera vez que vi a Yoko Ono tenía una falda muy corta y un cinturón hecho con balas. Nunca fue muy fotogénica pero cuando la veías entendías de inmediato por qué Lennon se volvió loco por ella”.
“Bianca Jagger era de la aristocracia guatemalteca. Tenía ese aire de sofisticación con cierto exotismo”.
“Anita Pallenberg era la más letal de todas. No se podía estar en el mismo cuarto con ella sin sentir ese aire de atracción que enloqueció a Brian y a Keith”.
Keith el indestructible. Brian el que no resistió. Oldham el que tomó tantas drogas que muchos años después frente al televisor cuando vio la escena del sanitario en Trainspotting pensó que varias veces se había sentido así, como si la maquinaria de su cuerpo estaba a punto de colapsar.
Pero no colapsó y lo que hizo fue sentarse a escribir sus memorias que terminaron siendo los libros Stone y 2Stoned, dos libros con carácter de Biblia para el mundo del rock y cuyos derechos le permiten a Oldham vivir tranquilamente. Dos libros que llevan a un juego de palabras, Oldham escribió Stoned, una palabra que podría traducirse como “trabado”, cuando dejó las drogas.
Mientras aparece la tercera parte, On Hustling, las dos primeras se han reeditado como un solo libro (Rolling Stoned) y Oldham trabaja en un guión. El cine lo marcó “cuando era joven e invencible” pero su relación directa se limita a Charlie is my Darling, el documental que hizo sobre la gira irlandesa de los Stones en el 65, y al rumor medianamente infundado de que había conseguido los derechos de A Clockwork Orange para que la protagonizaran los muchachos. La versión de Kubrick no le gustó.
“Cuando uno ha pensado en Mick Jagger para un papel es difícil imaginar a alguien más.”
Cuando viaja prefiere Vancouver, donde él y Esther han vivido por temporadas, o París, una ciudad que adora donde no puede dejar de asistir a un concierto en el Teatro Olympia ni de visitar a su amigo Roman Polanski. El trabajo con Charly lo tuvo de tiempo de paso por Buenos Aires. Antes de la crisis argentina del 2000 había trabajado con Ratones Paranoicos, las reseñas decían “tienen un sonido muy Rolling Stones”.
Oldham coloca en su reproductor una copia de Kill Gil Lo primero son falsos fragmentos de radio, lo siguiente una instrumentación rockera como no se le escuchaba hace tiempo a Charly. Escuchando ese rock ’n’ roll, Oldham otra vez parece Don Quijote pensando en caballerías.
Tiene la misma mirada cuando saca a pasear a Gruff y se aleja de los edificios por calles bordeadas por casas que han durado desde antes de que existiera el rock n’roll, cuando los americanos llevaban que iban a la guerra dejaban en Inglaterra sus discos de vinilo. Uno de esos americanos fue el padre de Oldham. Murió en combate antes que Andrew naciera. Por una reja se asoma un rottweiler que le ladra a Gruff.
“Fuckin’ dog” dice Oldham en su inglés para sí mismo.
publicado en Revista Don Juan, Mayo 2007