La pantalla de la conversación por Skype muestra una pared blanca. Tres rostros que miran a la cámara. Un armario. Una puerta. Uno diría: la familia que espera la videollamada de un pariente en la tranquilidad de la sala de su casa. A este lado, en París, Majd Massoul, un estudiante de finanzas que abandonó Damasco hace quince años, explica que ellos están en el primer piso de un edificio de cinco en el que se ha montado un dispensario.
“Como los tres pisos superiores están en ruinas, les sirven de protección”, aclara.
Massoul es parte de Activismo Pro Siria, un grupo que se formó a partir de un encuentro durante una protesta frente al Palacio del Elíseo en la que pedían al gobierno francés acciones concretas contra los bombardeos de Bashar al Asad. Massoul dice que querían buscar otras maneras de mostrar lo que está ocurriendo. Por eso han realizado performances en lugares públicos de París y empapelado con afiches las calles vecinas a la Asamblea Nacional. Por eso esta videoconferencia.
“Usan un teléfono satelital para tener internet y un generador para la electricidad. La gasolina esta escasísima en Saqba”.
Saqba está en Guta Oriental, la zona suburbana al este de Damasco que en el 2011 estuvo entre las primeras regiones en levantarse contra el régimen de Al Asad. Hoy es uno de los últimos bastiones rebeldes y en él una decena de grupos de todas las vertientes conviven con los civiles. Dos millones de personas vivían en Guta antes del inicio de la guerra. Quedan unas 400.000. La ofensiva de las tropas leales al dictador sirio, apoyadas por Rusia y que han utilizado bombardeos aéreos, morteros no convencionales tipo cilindro bomba y armas químicas, dejó, según Médicos Sin Fronteras, al menos 1.000 muertos desde mediados de febrero. La ONG afirma también que trece de sus puestos han sido blanco de las bombas del Gobierno.
La calidad de la videollamada es aceptable. No se corta sino una vez, a pesar de los obuses que retumban. Ninguno de los que dan su testimonio se interrumpe a pesar de las bombas. Seguir hablando durante y después de las detonaciones se ha vuelto una costumbre.
La vida bajo tierra
Zeynab, habitante de Saqba
“La gente nos pregunta cómo son los ‘refugios’. No hay mucho que decir. Los llamamos así, pero son los sótanos, que muchas veces son lo único que queda de casas que han sido destruidas por el bombardeo constante. Me atrevo a decir que en este momento todo mundo en Guta vive en los refugios, porque arriba es muy peligroso y las estructuras de todos los edificios están afectadas y se caen de un momento a otro. ¿Se imagina usted 400.000 personas viviendo debajo de la tierra, saliendo sólo de noche, y aún en la noche teniendo que regresar a toda prisa porque se viene otro ataque?
Abajo estamos amontonados, por decenas en cada sótano, y la comida es básicamente avena y pan. En este momento los adultos reciben una ración que tienen que hacer durar 72 horas. Como no hay baños, y como nunca se sabe cuándo habrá chance de salir siquiera un rato, las mujeres evitan tomar agua para no tener que hacer sus necesidades en una esquina a la vista de todo el mundo. Los niños nos dicen cosas como: ‘¿Cuándo volvemos a ver el sol?’, pero también preguntan cuándo volverán a ver no sé qué dibujo animado o cuándo volverán a la escuela. Afuera ya no hay escuelas.
Estuvieron abiertas de cinco a siete de la mañana al principio de la ofensiva, pero de todas maneras las bombardearon. Ha habido partos en los sótanos, pero los niños nacen muertos o se mueren rápido porque no podemos salir.
Supimos que una caravana de ayuda humanitaria llegó hasta Duma. En carro son veinte minutos hasta aquí, pero no la dejaron seguir. De todas maneras no queremos ayuda humanitaria, porque no hay manera de alimentar toda Guta con camiones, ni tampoco queremos un corredor humanitario para escapar. Esta es mi ciudad y yo quiero seguir aquí. Lo que queremos es que cesen los bombardeos. Lo que queremos es dejar de vivir bajo la tierra”.
Refugios que se convierten en tumbas
Abou Firas al Hiraki, miembro de la Defensa Civil
“Antes había que sacar a la gente de debajo de los escombros. Ahora hay que sacarla de los sótanos que colapsan por el peso de los escombros. Toda la maquinaria que teníamos ha sido destruida, así que trabajamos con herramientas manuales. Y no podemos o el tiempo no nos alcanza. A veces oímos una familia en un sótano y empezamos a excavar y durante dos o tres días los escuchamos y luego ya no más. Hasta que se intensificó la ofensiva, trabajábamos en turnos de 24 horas seguidas, pero ahora ya no podemos parar. Nunca.
Cuando nos vence el cansancio dormimos dos o tres horas ahí mismo, donde estamos tratando de sacar a alguien. Somos más o menos 250 cascos blancos de la Defensa Civil y ahora ya nadie tiene reposo. Si alguien se ausenta es porque una bomba en otro punto le mató a alguien de su familia y tiene que ir a ocuparse de eso. Con todo, a veces logramos sacar sobrevivientes.
Entonces empieza la segunda parte del drama, porque hay que esquivar las bombas para transportarlo a pie hasta un puesto de salud. Ya estamos acostumbrados a esos recorridos. Al principio porque bombardeaban los carros en los que íbamos, aunque (y sobre todo) porque estaban marcados como vehículos de emergencia. Ahora porque ya no hay calles. Las que no están llenas de cráteres, están cubiertas de escombros”.
Salvarse para acabar de morir
Doctor Sakher Al Dimashki, exdirector regional del Servicio de Salud de los Suburbios de Damas. Médico voluntario.
“Las casas que se derrumban encima de la gente son la principal causa de muerte en Guta en este momento. Cuando los traen tienen heridas de la cabeza hasta los pies: fracturas, contusiones, miembros aplastados, órganos destruidos. Sume los ataques químicos: el gas de cloro entra en los refugios y asfixia a los que están allí, que tratan de salir como pueden, y los que no sufren asfixia por el gas en sí, o los demás que intentan salir, se encuentran con más bombas. Sólo el último ataque dejó doscientos heridos.
Los puestos médicos son elegidos como blancos de los bombardeos y tras siete años de guerra y cinco con la ciudad sitiada ya no nos quedan equipos ni medicamentos. Cuando uno entra a la sala de operaciones sabe que tal vez pasará allí quince o veinte horas, porque el flujo de pacientes no se detiene. Los que lo logran ven la llegada al puesto de salud como una esperanza, pero una vez allí gente que ha sobrevivido dos o tres días bajo los escombros se nos muere entre las manos”.