Opinión

Star wars: más grande que los spoilers

Taylor Durden es el mismo narrador que nos ha estado contando la historia. Marcus y Pierre terminaran por matar a golpes a un tipo que no es quien en realidad ha violado a Alex. La madre de Norman Bates ha estado muerta desde el principio. Dulcinea es una alucinación. El padre de Edipo es Layo y Edipo lo mata a crucetazos por un problema de transito. Otelo, muere, Macbeth muere, Hamlet muere y Romeo se casa son Julieta. Como casi siempre esas obras nos llegan después de haberlas leído a través de los comentarios de otros, o porque son parte de la cultura universal, nos enfrentamos a ellas conociendo el desenlace. Sin embargo a nadie se le ocurriría decir que por eso que ya no vale la pena ver El Club de la Pelea, Irreversible, Psicosis o que habría que dejar de leer a Cervantes, Sófocles o Shakespeare. Más aún, una de las primeras lecciones que se aprenden en un taller de literatura es que una de las características de una historia magistral es que supera su propio argumento. Es decir que hay en ella suficiente riqueza del lenguaje (escrito, cinematográfico o musical) y suficientes posibilidades de interpretación o goce para que no se agote en la primera lectura.

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Con Star Wars, (esa serie de películas que cuando yo era pequeño se llamaba La Guerra de Las Galaxias) pasa lo mismo. La creación de George Lucas no sólo tiene la vocación de las “novelas totales” de Tolstoi y Victor Hugo, con sus centenares de personajes que evolucionan en el tiempo y sus intrigas y sub-intrigas (así traduje ‘sub-plot’ en el borrador de este texto y no encontré nada mejor en toda la mañana) y los giros inesperados en la narración marcados por la inefabilidad (severa palabra!) del destino, sino que es sin duda el fenómeno de cultura popular más importante desde Los Beatles. Más aún, muy por encima de obras como El señor de los anillos, Harry Potter o Game of Thrones, Lucas y su equipo (y su ejército) logran crear un universo y darle coherencia. Borges, que sin duda siempre quiso lograrlo, no pudo con eso y tuvo que contentarse con escribir una historia sobre una cofradía secreta que sí podía. Con sus posibles interpretaciones políticas, metafísicas, políticas y teológicas y sus productos derivados que se incrustan en el mundo real, La Guerra de Las Galaxias es la materialización del Tlön borgiano.

Nada menos que eso.

Tanto que estoy pensando seriamente en ir a ver la película.

Gracias a las redes sociales me he dado cuenta de cuántos de mis amigos y de las personas que admiro hicieron fila juiciosos para ver la película apenas salió, se disfrazaron de startroopers o coleccionan muñecos de R2-ri-2 y lo lejos que están de los artículos que los critican a partir de los estereotipos. Escribo esto casi como una carta de disculpas a esos fans apasionados de la serie, que hace un par de semanas se molestaron tanto por un inocente comentario donde revelaba un punto importante del argumento de la parte VII. Yo  a ratos me pregunto si aún soy fan de algo) pero no se necesita serlo  para reconocer que La Guerra de las Galaxias tiene todos los méritos de una obra mayor del espíritu humano y que gracias al encanto de las historias que se nos convierten en clásicos perdurará por mucho más tiempo que muchos delirios intelectuales posmodernos, que por eso mismo no hay ‘spoiler’ capaz de arruinarla.

Ese es el mejor homenaje póstumo que podemos hacer al hermoso forajido que fue Han Solo.

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