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Mi querida novena atea

Debió de ser hace tres o cuatro años, una amiga que vivía en un apartamento más o menos grande (más o menos grande en París quiere decir de 40 metros cuadrados) había invitado a un grupo de colombianos a celebrar la novena de Navidad. No sé si «celebrar» sea la palabra correcta. He escuchado que dicen «rezar la novena» o «cantarla». No creo que desde que vivo en París haya estado en más de una novena por año, pero tampoco que haya pasado un año sin hacerla-celebrarla-rezarla-cantarla, y la mayoría de las veces estoy entre los que la organizan. No era ese el caso esa noche.

Conocía a la organizadora desde Colombia, pero allí nos veíamos poco. En París habíamos cogido la costumbre de vernos para ir al cine. Estaba casada con un productor de documentales francés.

Siempre he tenido la impresión de que algún día la gente va a decir: «Yo vivo en Francia, ese país donde todo mundo trabaja en el ‘sector audiovisual’ «.

Había unos diez invitados. Los que vivimos fuera del país sabemos la falta que hace el tío que sabe tocar guitarra en ese tipo de ocasiones. Yo lo sé más porque nunca he tenido un tío que sepa tocar guitarra. Como la tradición obliga al acompañamiento musical y ya no estamos en edad de perforar una docena de tapitas de gaseosa (eso y que en París no hay tiendas de esas donde uno puede pedir tapas de gaseosa), armamos maracas con vasos desechables y granos de arroz. No sonaban bien; las maracas y las panderetas de novena no están hechas para sonar bien.

‘Oración para todos los días’

Como se sabe, la libretica de la novena es un accesorio más o menos opcional: uno no podría celebrarla sin ese, digamos, apoyo didáctico, pero una vez comenzada, uno se da cuenta de que las oraciones están bien grabadas en la cabeza de todo el mundo. Uno puede decir la novena completa de memoria.

Hagan la prueba

El esposo de mi amiga pasó un par de veces. Entendía «un poquito» de español, pero una cosa es el español conyugal y otra la novena con sus giros barrocos y sus expresiones que, si acaso, se usan nueve veces al año (como la forma verbal «amasteis» y el curioso «putativo» que siempre arranca sonrisas). Supongo que reconoció el ritmo del Ave María, que se reza con las mismas pausas en todos los idiomas. Fue entonces cuando regresó y nos miró con mala cara. Una versión, sin embargo, más ligera de la mala cara que con la que regresó en medio de los gozos, al final del quinto «Ven, ven», que a mí siempre me gusta prolongar.

El esposo francés la llamó aparte desde la puerta de la sala, como el padre que llama a su hija adolescente para decirle: «No me gusta lo que están haciendo sus amiguitos». Yo imagino que le dijo exactamente: «No me gusta lo que están haciendo sus amiguitos».

Era difícil imaginar que el esposo de mi amiga estuviera molesto por el ruido. Si bien lo había visto pocas veces, siempre me parecía un tipo amable y medianamente fiestero. Podría pensarse que lo preocupaba que el ruido perturbara al bebé, pero no eran ni siquiera las diez de la noche y, sobre todo, faltaban tres años para que el bebé naciera.

«Lirio de los valles, Emanuel preclaro…»

«Vamos a tener que cantar más bajito», dijo mi amiga.

«¿Así de mal cantamos?»

«No, no, pero es que a él todas las manifestaciones religiosas, ustedes saben».

El punto era ese, ateo por principio, al esposo de mi amiga no le gustaba la idea de que en su casa se realizara una ceremonia religiosa.

Solo que no era eso. La novena no era una ceremonia religiosa.
No puedo saber cuál es la confesión de cada una de las personas que han estado en las novenas que he organizado o a las que he ido desde que vivo en Francia; no es una cosa que uno pregunte a la entrada al tipo que llega con los buñuelos o a la desconocida que se aparece con una botella de aguardiente, pero puedo decir que entre mis amigos cercanos con los que he noveneado hay católicos practicantes e impracticantes, cristianos evangélicos, ortodoxos, interesados por el islam, comunistas, uribistas y ateos recalcitrantes.

No puedo juzgar al esposo de mi amiga, amable con los extranjeros al punto de que estaba enamorado y se había casado con una; él es además un izquierdista comprometido, para quien es difícil separar la idea de religión de la de represión. En un Estado tan laico y tan diverso como Francia, la religión ni siquiera se menciona en la escuela y solo los católicos van a misa.

 

0712 07LennonYvelitas (2)

En Colombia nos toca a todos; al menos hasta mi generación, a todos nos tocaba.

No recuerdo haber ido nunca a una novena en Colombia. O no en serio. No para «rezarla». Vengo de una familia más bien apática a la religión y cuando entré a las novenas del salón comunal del barrio donde vivía era para poner totes y sabotearlas. Viviendo lejos de casa desde hace ya un buen tiempo, sin embargo vine a entender que, ya que para los que estamos fuera los amigos son la familia, la novena es una manera que nos inventamos para estar en familia. Una de las mejores.

Así que cada año, en algún momento de diciembre, cuando ya empieza a hacer mucho frío, nos reunimos con algunos amigos y los desconocidos que aparezcan, pasamos por ‘La Fonda’ o por la tienda latina de la Rue de Dunkerque para aprovisionarnos de areparina y natilla y, en el peor de los casos, utilizamos esa cosa que los franceses llaman fromage y que solo a las herramientas lingüísticas de Gigolo se les ocurriría traducir como ‘queso’. A falta de guitarras, hacemos bulla. Cantamos «Dulce Jesús mío» no tanto pensando en Jesús, sino en las familias que están lejos, que, a lo mejor, después de la novena, cuando se prende el baile, escuchan: «Vamos a brindar por el ausente / que el año que viene esté presente», y a lo mejor piensan en nosotros.

 

 

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